La Virgen, como todas la madres, fue enseñando cosas, actitudes y reacciones a su divino Hijo. El propio San Lucas nos cuenta que Jesús crecía en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres. La vida de la Sagrada Familia era normal, el hijo, era hijo y estaba sometido y aprendía. Pero pasados los años, cambia todo tanto que va a ser María la que aprenderá de Jesús. Se instalará en la Escuela de Jesús.
El primer atisbo de que esto iba a ser así, vuelve a narrarlo San Lucas. El Niño, con doce años, desaparece en Jerusalén, y después de tres días de búsqueda, es encontrado en el Templo oyendo y preguntando a los doctores de la Ley, que por cierto estaban asombrados al oírle por su inteligencia y respuestas.
Así pues, Jesús ya con treinta años, no establece una escuela fija, pero recorre toda Palestina enseñando. Es la presentación del evangelio. Y Santa María a veces directamente, en otras ocasiones indirectamente, fue conociendo aquellas enseñanzas. Y un día, aprendió las Bienaventuranzas; otro, el Padrenuestro; o la función de los discípulos (“vosotros sois la sal de la tierra... vosotros sois la luz del mundo”), y el amor a los enemigos, y las parábolas, y el anuncio de la eucaristía, la promesa de la venida del Espíritu Santo y por fin el misterio de la cruz (Mt 16, 21-27).
Gran alegría de la Virgen, ante los paralíticos que andan, los leprosos que sanan, los ciegos que ven. Más aún, cuando su Hijo cura a los endemoniados. Pero nada es comparable al gozo de Santa María cuando conoce que los pecados de uno han sido perdonados. Su gran sensibilidad hacia la gracia, le tenía que producir un inmenso regocijo cuando Jesús actuaba sobre las almas, algo similar a cuando nos acercamos al sacramento de la Penitencia. De este modo y en esta Escuela, Ella se fue convirtiendo en “mujer eucarística con toda su vida”, como decía Juan Pablo II.
Pero en la Escuela de Jesús no se está sólo para aprender. Se está allí, sobre todo para vivir según sus enseñanzas. Y eso es lo que hizo Santa María. Camino que es absolutamente válido para todos los cristianos. ¿Lo intentamos?
Digamos que en esa Escuela no sólo tenemos al divino Maestro, también su queridísima Madre, nuestra queridísima Madre, pueden hacer en nosotros algo mucho más que enseñarnos. Porque el buen maestro no sólo enseña, también guía y conduce a sus alumnos para que asimilen perfectamente los libros de las ciencias y vivan según ellas. Exactamente lo mismo, con toda generosidad, entrega y cariño, quieren hacer Jesús y su Santísima Madre en cada uno de nosotros. ¿Les dejamos?
En fin, que necesitamos a Santa María en nuestra vida: la gran obra de Dios – la Encarnación-, se realizó sirviéndose de María. Del mismo modo, la santificación de las almas se hará contando con Ella.
¿Qué podemos hacer? Situarla en todas nuestras empresas, porque una empresa de un cristiano – la empresa familiar, profesional, etc. -, si quiere ser buena empresa cristiana tiene que tener a Santa María. ¡Búscala!, ¡Trátala!, ¡Fórmate! Un cielo inmenso con tan gran Madre te espera.
Julio Gallego Codes.
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