¿Cuál es el fin de la oración?
Con la oración nos proponemos rendir a Dios nuestro homenaje; mas también hemos de buscar en ella la reforma de nuestras costumbres y el acrecentamiento de todas las virtudes, en especial de la caridad divina, con el fin de crecer en la vida de la gracia, y por consiguiente en la vida de la gloria. La oración nos encamina a este fin, mediante los actos que en ella se hacen, las gracias que se obtienen y las santas disposiciones en que nos deja.
El venerable P. Luis de la Puente decía con mucha razón: “El punto capital, en los caminos de la oración, es que las almas enderecen sus meditaciones a la reforma de las costumbres, y que estén bien persuadidas de que las luces espirituales son de muy escaso valor sin la práctica. Es, pues, necesario que se aprovechen de las gracias de la oración y de las luces que en ella reciben, para hacer cada día nuevos progresos en la virtud, para llegar a ser más serviciales, más obedientes, más dulces, más pacientes, más desprendidas de sí mismas, más amigas de los empleos bajos, más indiferentes en la estima y afecto de las criaturas, más cuidadosas de quebrantar su voluntad y de moderar la impetuosidad de sus deseos”.
Rendir a Dios nuestros homenajes es el objeto primario de la oración, pero otro, que nunca debemos perder de vista, es nuestro progreso espiritual: esto es lo que ante todo debemos procurar y pedir con las más vivas instancias y de manera absoluta.
Muchos santos vemos en la historia que nunca tuvieron en la oración otro privilegio que el de la devoción y fervor. Santa Teresa afirma “que nada desea Dios tanto como hallar a quien dar”.
En la oración es asunto principal la ayuda de la gracia, pero además nuestra colaboración es necesaria en los siguientes dos aspectos:
Es preciso tratar de suprimir los obstáculos que dificultan la amistad divina procurando la pureza de conciencia, de espíritu, de corazón y de voluntad.
Hay que disponer positivamente el alma, haciendo de ella un santuario silencioso y recogido en el que se desarrolle la fe viva, la confianza y el amor; asuntos que no se consiguen sin una medida proporcionada de renunciamiento, de obediencia y de humildad.
Notas del libro de Dom Vital Lehodey: El Santo Abandono. Patmos nº 164
Y San Juan de la Cruz, afirma:
- No dejes entrar en tu alma lo que no tiene sustancia espiritual para que no te hagan perder la devoción y el recogimiento.
- El alma que quiere que Dios se le entregue todo, se ha de entregar toda, sin dejar nada para sí.
Con la oración nos proponemos rendir a Dios nuestro homenaje; mas también hemos de buscar en ella la reforma de nuestras costumbres y el acrecentamiento de todas las virtudes, en especial de la caridad divina, con el fin de crecer en la vida de la gracia, y por consiguiente en la vida de la gloria. La oración nos encamina a este fin, mediante los actos que en ella se hacen, las gracias que se obtienen y las santas disposiciones en que nos deja.
El venerable P. Luis de la Puente decía con mucha razón: “El punto capital, en los caminos de la oración, es que las almas enderecen sus meditaciones a la reforma de las costumbres, y que estén bien persuadidas de que las luces espirituales son de muy escaso valor sin la práctica. Es, pues, necesario que se aprovechen de las gracias de la oración y de las luces que en ella reciben, para hacer cada día nuevos progresos en la virtud, para llegar a ser más serviciales, más obedientes, más dulces, más pacientes, más desprendidas de sí mismas, más amigas de los empleos bajos, más indiferentes en la estima y afecto de las criaturas, más cuidadosas de quebrantar su voluntad y de moderar la impetuosidad de sus deseos”.
Rendir a Dios nuestros homenajes es el objeto primario de la oración, pero otro, que nunca debemos perder de vista, es nuestro progreso espiritual: esto es lo que ante todo debemos procurar y pedir con las más vivas instancias y de manera absoluta.
Muchos santos vemos en la historia que nunca tuvieron en la oración otro privilegio que el de la devoción y fervor. Santa Teresa afirma “que nada desea Dios tanto como hallar a quien dar”.
En la oración es asunto principal la ayuda de la gracia, pero además nuestra colaboración es necesaria en los siguientes dos aspectos:
Es preciso tratar de suprimir los obstáculos que dificultan la amistad divina procurando la pureza de conciencia, de espíritu, de corazón y de voluntad.
Hay que disponer positivamente el alma, haciendo de ella un santuario silencioso y recogido en el que se desarrolle la fe viva, la confianza y el amor; asuntos que no se consiguen sin una medida proporcionada de renunciamiento, de obediencia y de humildad.
Notas del libro de Dom Vital Lehodey: El Santo Abandono. Patmos nº 164
Y San Juan de la Cruz, afirma:
- No dejes entrar en tu alma lo que no tiene sustancia espiritual para que no te hagan perder la devoción y el recogimiento.
- El alma que quiere que Dios se le entregue todo, se ha de entregar toda, sin dejar nada para sí.
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