En otra ocasión, comentábamos la importancia y necesidad de lograr una enseñanza de calidad. Hoy nos situamos en otro aspecto igualmente importante. Sin duda, el más sustancial de todos para una acertada educación de nuestros chicos y jóvenes.
Pero , ¿es que hay alguna duda sobre que los padres tienen que estar en primera línea en la educación de los hijos? Teóricamente, todos estamos de acuerdo, pero en la práctica, ¿es real, activa y constructiva esa participación?
Una cuestión primordial en la familia es que allí haya serenidad. Si hay serenidad se resolverán los problemas derivados de las relaciones humanas, que son unos de los más difíciles, y si se tratan y resuelven en ese ambiente de serenidad, se está resolviendo la educación de los hijos. Otro aspecto importante, muy importante, es que la relación entre los esposos sea estable y goce de autenticidad, respeto, agrado y cariño. Esta relación tiene que estar unida por el amor. Amor que unirá a los esposos, si es sólido, es decir si se basa en el bien del otro, no en la complacencia de uno mismo, ni en la rivalidad por espacios de poder u otras cuestiones menores. Al contrario, ahí tiene que existir un permanente deseo de agradar, una atención a los detalles, una conquista diaria; aspectos muy distintos a la monotonía o a un amor aburguesado, a un cierto aburrimiento y a un descuido en los detalles. ¿Cómo se logran y mantienen aquellos primeros aspectos? Probablemente solo hay un camino “desvivirse” por el cónyuge.
Y cuando una relación ya no funciona, ¿qué hacer? Pues lo mismo que cuando no funciona el riñón, el hígado o el corazón... ir al especialista para salvar ese riñón, el hígado o el corazón. Hay que ir al especialista en orientación familiar. Lo que no parece solución es que mi razón, mi sentimiento (mi egoísmo en realidad) sea el absoluto para arreglar lo que parece que no funciona. Hay etapas en las que se vive una gran plenitud de amor, dándose generosa y casi locamente. Son muy importante vivirlas con intensidad para tener la despensa del amor bien abastecida para cuando llegan esas otras etapas secas y difíciles.
El matrimonio es un grupo con una empresa común: el crecimiento del amor entre los cónyuges y la educación de los hijos. Empresa que solicita disponibilidad en los dos para convertir en obras, ese amor que se profesan. Este punto es tan capital que solamente será posible alcanzarlo si hay buena comunicación conyugal. Comunicación que será apacible, serena, no fiscalizadora, fecunda, puesto que se proyectará a terceros, y lírica, es decir, amorosa.
Así que los esposos tienen que disponer de tiempo para hablar, para escucharse, para reconocer los propios errores, para crecer en comprensión y en capacidad de perdonar. Hablar, que es comunicarse y la comunicación es un factor educativo que repercute en los hijos.
El tiempo es imprescindible y hay que tenerlo también para los hijos, para hablar, jugar, para conocer sus preocupaciones, sus amistades, su vida académica y sus desasosiegos.
Y cuando esposa y marido presentan una fuerte inclinación a participar activamente en la vida laboral, tienen que llegar a un compromiso sobre la distribución de tareas en el hogar.
Como principio básico, se puede decir que la influencia que producen las relaciones entre los esposos es positiva desde un trato conyugal normal. Trato que es consecuencia de unas actitudes que tienen que existir entre ellos y que ayudan a educar. Cosas tan normales y posibles como:
* Evitar el nerviosismo; saber serenarse.
* Usar de prudencia en las contestaciones.
* Respetarse y respetar.
* Profundizar en el conocimiento del cónyuge.
* Cuidar los detalles de comprensión.
* Saber olvidar.
* Cultivar el buen humor.
* Valorar la opinión del cónyuge.
* Ser muy exigente consigo mismo en cuestiones de orden.
* Saber esperar la realización de algo.
* Saber hacer o admitir las paces, etc.
Contra este planteamiento juega la inmadurez, la desconfianza, el egoísmo y un excesivo afán de bienestar.
En hogares así constituidos, se desarrolla la autoridad de forma natural. Autoridad que tiene que ser madura y justa. Es cierto que los padres no son los únicos propietarios de la verdad, pero la experiencia y el sentido común les ha proporcionado unas lecciones que sí deben dar a los hijos. La auténtica autoridad da órdenes cuando es preciso, pero también y más frecuentemente cambia esas órdenes por orientaciones, que es mejor que ofrezcan distintas posibilidades para que el chico pueda elegir, aunque a veces, elija lo menos correcto o al desarrollar lo elegido se equivoque, pero es que la equivocación y el error son fenómenos humanos, hay que admitirlos, hay que contar con ellos en una educación en la libertad.
En fin, que la autoridad ejercida con sentido común siempre ha sido un potente foco educativo porque afecto y autoridad tienen que ser correlativos: son las dos muletas que sostienen la progresión afectiva del niño. Nadie puede suplir lo que pueden hacer un padre y una madre. Nadie puede llegar a dar la relación afectiva e íntima que mantienen con cada hijo.
Así que en la familia deben evitarse actitudes paternas negativas como las de:
* Padres preocupados: ansiosos, perfeccionistas, exigentes en prohibiciones y parcos en permisos.
* Padres despreocupados: indiferentes, fríos, hostiles.
* Padres que abdican: por debilidad, comodidad o inmadurez.
* Padres autoritarios o paternalistas.
La familia necesita de padres maduros dedicados a la educación de sus hijos.
Julio Gallego Codes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario